jueves, 26 de abril de 2012

Miguel Á. García + Valentina Vuksic @ Radio Ruido (NYC)



Es que claro, publicar un trabajo con una chica que se llama VALENTINA, ¡eso es trampa! A mí, por lo menos, con eso ya me tiene ganado. ¿A quién no le iba a gustar un disco en el que toca una tal VALENTINA? Así la música sólo puede ser buena. ¡Tanto es así que había quienes pensaban que VALENTINA VUKSIC era el título del disco!

Le das al play y ya está: te subes a un tren en Prospect Av. que se va inventando el recorrido a través del cual te llevará al destino que se le antoje. Y mientras todos los ladrillos marrones, bocas de incendio y escaleras exteriores de Brooklyn parecen fugarse rápidamente al otro lado de la ventana que amortigua sus sonidos, eres tú el que se mueve, estático, en un interior ordenado y tranquilo. Todo en su sitio y los asientos comodísimos, como es propio de NYC. Have a nice journey. Uno entra, literalmente, en la música como en el vagón de un tren, pues ésta le incluye, le sitúa, le interpela sin necesidad de cinco-punto-unos, arduinos ni dispositivos interactivos molonguis.

No es tan simple como que la música esté impregnada de un cierto dinamismo: es, más bien, el propio sonido y su distribución temporal lo que salpica hacia afuera el dinamismo. Es del efecto, del semblante de la unión de lo uno con lo otro, de donde surge un plus deslocalizado que no está aquí ni allá en los sonidos, sino en todo lo que pasa en la secuencia temporal entre cada uno de ellos y en ellos juntos. De ahí la dinámica tan especial, que es a la vez ligera y pesada, firme y sutil, de esta música que empuja, avanza siempre hacia delante. En realidad, en eso se basa todo: construcción espontánea. Un edificio que se va erigiendo sin planos con dos teclas de un piano. Una escultura que se va conformando con los sonidos feedback de Mikel –opacos, como piezas que salen de la propia pantalla del altavoz- y los sonidos de corte glitch de VALENTINA –que parecen desprenderse de gestos localizados, específicos-, articulados en una lógica recíproca: se percibe una responsabilidad muy clara de dar cuerpo a lo que hace el otro. Actuar sobre ello. Los sonidos de cada uno pasan a ser, en realidad, los del otro. Uno lanza un sonido para que el otro se encargue de colocarlo en la estructura y, en ese acto, está haciendo lo propio con el material del otro en esa operación técnica. Una escultura en la que lo que va ocurriendo secuencialmente deja su huella, en la que todo lo que ocurre se va como ha venido y, en ese irse, permanece: son los significantes de la estructura. El sacar a colación el ejemplo de la escultura no es arbitrario: todo lo que ocurre aquí ocurre en el tiempo. Si bien Tarkovski hablaba de Esculpir en el Tiempo, situando al sujeto en el plano de representación del metraje fílmico, yo prefiero hablar, respecto a la música, de Esculpir el Tiempo: éste no es el dónde, sino el qué. La música es, en definitiva, construir el tiempo.

Todo ello está ahí, en una forma extrañamente intensa, igual que extraño es el dinamismo que parece dominar su lógica interna. Y es extraña, precisamente, porque está justo al borde de la intensidad, en una cuerda en la que se balancea, amenazando con caer hacia un lado o hacia otro: a saber, bien el lado de la indiferencia, del deshinchamiento, de la disolución de la música en el ruido de fondo informe, o bien el del estallido de un encuentro directo, sin reservas, sin metáforas, con lo prohibido. Una intensidad a punto de desmoronarse, sostenida por algo que ejerce de tope y la mantiene en equilibrio, en peligro, en la duda continua.

Algo ofrece resistencia a la promesa de una resolución y de esa resistencia emana toda la intensidad rara de este disco. Hay un tapón cuya función es posponer continuamente el encuentro con lo prohibido. Fallar eternamente a la ilusión de completud, de una música absoluta y grandilocuente que hiciera las veces de una relación sexual total. Como una válvula que la presión del agua, lejos de reventar, sólo pudiera desplazar eternamente a lo largo de una tubería, evitando así la explosión final e impidiendo el acceso a la guarida de lo que está más allá de ella. Fallando siempre al encuentro con algo que la pulsión sólo puede circunvalar.

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Third memory



Héctor